(...) El uso inteligente de las tecnologías no es el que nosotros hacemos de ellas, sino el que ellas hacen de nosotros. Se trata -más bien- del uso de las inteligentes tecnologías y no del uso inteligente de las tecnologías. Lo bueno que ellas nos traen es que nos dominan y nos empujan, despiadadamente, a nuestro propio mundo esencial, primitivo -también-, básico y nodal de los deseos. Que nos desnudan, en todo sentido. Que nos desbordan. Fracturan nuestros narcisismos inteligentes y nos ponen ante la pulsión constitutiva. Que nos evidencian.
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